martes, mayo 13, 2025

A un año de la ola de H5N1, ¿qué aprendió Suramérica?

En octubre de 2022, la más reciente epidemia de influenza aviar, inédita en este continente, empezó en Colombia y se extendió rápidamente al resto de nuestros diez países iberoamericanos

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Alexander Barajas
Alexander Barajas
Alexander Barajas Maldonado es Comunicador Social - Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) de la ciudad de Medellín (Colombia). Cuenta con una experiencia periodística superior a los 25 años de vigencia en distintos medios impresos y digitales. También es un escritor de ficción galardonado en certámenes locales y nacionales colombianos. Se ha especializado en temas económicos, con énfasis en la producción avícola y nuevas tendencias de consumo, de lo cual escribe de manera ininterrumpida desde el año 2013. Ha sido consultor y conferencista de gremios, empresas y proveedoras avícolas, principalmente en su país de origen y Ecuador. Puede escribirle por correo electrónico: olsoal08@gmail.com.
  1. Reporte ciudadano, lo mejor

Si la influenza aviar azota desde 2014 al Viejo Continente y Norteamérica, era extraño que, salvo algunos pocos casos en Chile, el virus no hubiera causado estragos en plumíferos suramericanos, ni siquiera silvestres y menos en traspatios. Algo pasó. Cuando consulto a expertos, unos dicen que las cepas se tornaron más agresivas, otros que la vigilancia sanitaria mejoró; los de más allá le echan la culpa al cambio climático y la ampliación de la frontera agrícola. Tal vez sea una combinación de todas, pues de esta epidemia no se salvó ninguno de los grandes países sudamericanos. La clave podría estar en el reporte oportuno de casos (silvestres, traspatios y explotaciones comerciales), ya que las actividades de control se han centrado en vigilancia pasiva.

  1. Víctimas; no foco de enfermedades

El mito de las instalaciones avícolas como génesis de pandemias vuelve a sufrir otro golpe de parte de la evidencia empírica. Las gremiales de nuestra agroindustria deberían aprovechar la coyuntura para socializar los estándares de bioseguridad que se manejan y que explican por qué nuestras granjas no son (ni pueden ser) focos de enfermedades, por el contrario, son víctimas de las mismas. Aquí llegan, de aquí no salen; ni siquiera cuando rara vez entran a nuestros galpones. Ni una súper bacteria y mucho menos una cepa de virus ha salido de una explotación comercial avícola. Ya está bueno de esos cuentos.

  1. Una agroindustria biosegura

De los principales 10 países suramericanos, la mitad registró muy pocas afectaciones en granjas avícolas comerciales: Argentina, Chile, Ecuador, Bolivia y Perú; de estos, los dos primeros son reconocidos exportadores. El gran proveedor mundial de proteína animal (entre ellas, la aviar), que es Brasil, sigue indemne en su avicultura comercial, pese a centenares de brotes en aves silvestres y traspatios. Los países exportadores recuperaron en cuestión de meses sus estatus como libres de influenza aviar de alta patogenicidad (IAAP) y aquellos que, sin ser exportadores tenían ese mismo estatus, jamás lo perdieron. En términos generales, se reaccionó rápido y con eficiencia.

  1. El escaso impacto en humanos

Otra sugerencia importante que de manera atrevida le podría hacer a las agremiaciones avícolas, tiene que ver con difundir la naturaleza de los escasísimos casos de influenza aviar en humanos. En Sudamérica, solamente se han presentado, en un año, dos casos y ninguno de ellos está relacionado con la avicultura comercial. Estamos empezando la segunda oleada migratoria de aves desde el hemisferio norte y aquellos desafortunados episodios se dieron en enero (Ecuador) y marzo (Chile). En todo el mundo, en esa temporada migratoria superada de 2022 a 2023, solamente se presentaron cinco casos. No más.

  1. Tramitar las inevitables tensiones

De manera desigual, cada uno de nuestros países resolvió tensiones importantes provocadas por la epidemia de influenza aviar de alta patogenicidad (IAAP); la principal de ellas: vacunar o no la parvada comercial, lo cual, desafortunadamente, suele afectar el estatus sanitario y cerrar la posibilidad vigente o potencial de exportar proteína de origen avícola. Debieron quedar claros los protocolos, concertados entre productores de pollo, huevo, pavo y genética. En el mismo sentido, si no se ha hecho, hay que definir seguros, créditos y fondos de compensación en caso de que, Dios no quiera, esta nueva ola migratoria tenga peores efectos para la industria avícola.

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