Pollo con superbacterias
A mediados de este mes, una ONG animalista española publicó los resultados de un estudio (preparado por una tercera entidad) sobre el contenido microbiano del pollo congelado que se vende en una cadena alemana de supermercados, con presencia en buena parte de la Unión Europea.
El reporte fue escandaloso: más del 70% de esa carne contenía “bacterias resistentes a los antibióticos”. Los titulares abundaron y luego de una semana de mala prensa, la cadena minorista desaprovechó una bonita oportunidad para detallar estándares de producción y sacrificio, posibilidades de contaminación exógenas y el enorme esfuerzo europeo por superar el uso no terapéutico de antimicrobianos.
Ni siquiera refutó los resultados, dándolos por ciertos de manera implícita. En lo que sí estuvo acertada su declaración, a mi juicio, fue en recordar la responsabilidad del consumidor final en la manipulación y preparación de los alimentos. Sean superbacterias o no, su impacto negativo en la salud humana desaparece con aseo, adecuada cocción y consumo.
Ese es un mensaje poderoso y contra esa verdad no hay E. coli, Campylobacter ni Salmonella que valgan. Sé de muy buena fuente que cada tanto se viven crisis de salmonelosis en ponedoras en algunas regiones de nuestros países y la producción sigue igual, sin brotes en la comunidad porque simplemente preparan bien los huevos que se van a comer.
A raíz de lo comentado, quisiera resaltar la poca solidez que tendría entonces el argumento europeo de superioridad en el procesamiento del pollo en sus plantas de beneficio, menospreciando “los pollos clorados”, que son norma en nuestro continente. Si es tan bueno lo que hacen en términos sanitarios, ¿por qué no refutaron ese estudio de los animalistas?
Desde 2014, la Agencia de Normas Sanitarias del Reino Unido (FSA) viene demostrando que no se confía de “tal leyenda higiénica” al recomendar a los ciudadanos británicos que no laven el pollo crudo para evitar salpicaduras que, por su contenido bacteriano, podría provocar contaminaciones cruzadas al entrar en contacto con alimentos crudos o utensilios de cocina.
Influenza aviar
La semana pasada se celebró en París la asamblea anual de la OMSA. El manejo de la ola de influenza aviar en la América hispana fue tema central y hasta se hicieron reconocimientos a varias autoridades sanitarias regionales por su gestión. Sin embargo, poco se resolvió sobre las incongruencias vividas y que, por lo mismo, siguen vigentes.
Por ejemplo, con cada brote, entes gremiales y autoridades de salud se apresuraron a declarar que no hay peligro en el consumo de carne de pollo y huevo, lo cual es cierto y debería mantenerse como un dogma para todos los escenarios. No obstante, al mismo tiempo que se dice lo primero, se cierran exportaciones e importaciones de esos mismos alimentos.
¿Entonces cómo quedamos? Parece que para el mercado interno no creemos que existan “virus zombis”, que se mantienen viables pese a no estar en un huésped vivo. Empero, sí creemos en ellos para correr a cerrar fronteras comerciales, dejando un tufillo de oportunismo político y económico con escaso respaldo científico.
Y ni que decir sobre vacunar contra la influenza aviar o no. Con disputas entre productores avícolas de pollos y huevos: si los últimos vacunan, los primeros no pueden exportar. ¿Por qué? No tiene sentido en rigor, pero es así. Por eso, el consumidor despabilado tiene todo el derecho a preguntarse: ¿nos estarán diciendo toda la verdad?