El intenso verano en el sur del continente no solo viene afectando la cosecha de granos en Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay; también está impactando la producción de proteína animal, sobre todo allí donde la tecnificación con ambientes controlados es hasta cierto punto incipiente.
Esa podría ser la explicación para que hace unos días se presentara una importante mortandad de gallinas ponedoras en Uruguay, con casi medio millón de aves sofocadas. El termómetro superó los 43º Celsius y los sistemas de ventilación simplemente no dieron abasto, según explicación de los productores.
Igual, al momento de escribir estas líneas, al menos en el mismo Uruguay ya se estaban reportando estragos por inundaciones, en lo que parece ser el fin de la sequía que tanto se necesita para el éxito de las cosechas y el funcionamiento de la hidrovía del Paraná, por donde se sacan estos granos al mundo.
De cualquier manera, el lamentable suceso en Uruguay no deja de llegar en un pésimo momento para la agroindustria, acosada por las presiones de nuestros animalistas y ambientalistas envalentonados, entre otras razones, por las mentirosas y desafortunadas declaraciones de cierto ministro español.
No han dejado pasar el caso uruguayo para quejarse de supuestos malos tratos sistémicos a las aves, además de señalar al cambio climático por la temporada de calor excesivo, que para ellos es producto en buena parte por la agroindustria. En fin, todo un manjar para su discurso ideológico.
De acuerdo con los registros históricos, Uruguay vivió una ola de calor similar en 1943, cuando no se hablaba de cambio climático ni existía la avicultura tecnificada de hoy. Y si se trata de un descuido generalizado de un negocio que desdeña a los animales, ¿por qué no hay reportes tan catastróficos en Argentina o en Brasil, sobre todo en el cercano Rio Grande do Sul?
Queda como experiencia el aprender a realizar los ajustes necesarios en ventilación para episodios como estos, monitoreando la realidad meteorológica y actuando en consecuencia. En este caso se perdió un equivalente cercano al 10% de la parvada nacional, lo que repercutirá en el precio del huevo.
Es una anomalía, no la norma. El negocio del productor avícola está en el bienestar animal; un ave estresada por el calor no produce, no gana peso ni pone huevos de calidad, pues su organismo se dedica a tomar más agua que concentrado.
La producción intensiva, que posibilita eficiencias y buenos precios para el consumidor, debe seguir profundizando su tecnificación con sistemas de ambiente controlado. El mismo Uruguay es un ejemplo de ello: solo se reportaron algunos miles de pollitos de engorde fallecidos por el mismo calor, ya que la inmensa mayoría son levantados en galpones de ambiente controlado.