Esta semana, mientras terminaba de superar un fuerte catarro que puede ser el omnipresente y reincidente covid-19 (ya lo dirá el demorado resultado de una prueba), me llegó una interesante invitación de parte de la regional Valle del Cauca, de la gremial avícola colombiana Fenavi.
Resulta que, para todos los martes de marzo, que este año no bisiesto serán cinco (los días 1, 8, 15, 22 y 29), la instancia gremial programó unos imperdibles conversatorios virtuales “con mujeres que trabajan en el sector avícola”. Serán gratuitos y se emitirán en directo, vía streaming, desde las 5:00 pm (hora colombiana), por sus redes sociales institucionales.
En mis casi diez años de tomarle el pulso a la juiciosa agroindustria continental, no recuerdo un esfuerzo parecido en favor de tan merecidas protagonistas. A lo mejor es un caso de mala memoria y no de hechos, con seguridad. Ya me perdonarán si es del caso.
De todas formas, será esclarecedor ver y escuchar esas historias de vida, emblemáticas porque representarán el esfuerzo de muchas, de miles de galponeras, de operarias fabriles, de funcionarias administrativas, gerentes y hasta propietarias de empresas productoras de huevo y carne de pollo, cuando no, de su innegable protagonismo dentro del mismo organigrama de Fenavi.
Casi todas las directoras regionales de Fenavi son destacadas mujeres profesionales, al igual que las directoras de programas tan estratégicos como el de promoción del consumo del huevo y el de calidad, entre otros. Si los méritos se conjugan con los consensos, llegará el día en que la presidencia gremial sea ocupada por una mujer.
La mujer le ha aportado tanto a la avicultura como esta noble actividad a ellas mismas. Y no estoy hablando de lo que suponen muchos historiadores, quienes le otorgan a las mujeres de neolítico las buenas artes de hacernos sedentarios gracias a la invención de la agricultura y la domesticación de animales, de donde viene la agroindustria eficiente que hoy garantiza el acceso a alimentos nutritivos, inocuos y baratos.
Lo digo porque son las mujeres en la avicultura industrial, con sus satanizadas “macrogranjas”, las primeras beneficiadas de esta revolución alimenticia que algunos despistados quieren desarmar y retroceder. En Colombia, la precariedad del empleo rural ataca de manera especial a la mujer campesina.
De los 356 mil empleos que se afirma genera la cadena avícola colombiana, todos ellos, incluidos los ejercidos por mujeres, son formales, con salarios muy superiores a la media nacional rural, estables y con todas las prestaciones de ley. Tristemente, una verdadera rareza en nuestra ruralidad, donde habitan todavía 10 de los 50 millones de colombianos.
Y de esos 10 millones de campesinos, 5.1 millones son mujeres. El impacto es innegable, pero también insuficiente. Con reconocimiento sincero a su aporte y libertad de mercado para crecer como agroindustria, la mujer en la avicultura de nuestros países no puede mostrar otra cosa que miles de historias cotidianas de éxito.