La virulencia en los brotes de influenza aviar no para de crecer, desde que se aisló en Asia a mediados de los años 1990. Empezando los 2000, se metió con aves de corral; a partir de allí azota con regularidad la avicultura del Viejo Mundo. Entre 2012 y 2014, los episodios en Norteamérica se suceden anualmente; en 2021 y 2022 fueron especialmente fuertes.
Era cuestión de tiempo que el virus encontrara cómo llegar a nuestra América intertropical. Ya sabemos que aquí mata en cuestión de días a pelícanos y hasta mamíferos como lobos marinos, que entran en contacto con el guano fresco de las aves silvestres infectadas.
Cuando llega a un galpón, sea artesanal o industrializado, no hay cura alguna. Inevitable el sacrificio de pollos, gallinas, patos o pavos; queda desinfectar, esperar y volver a empezar, con mayor celo en la bioseguridad. Los brotes en avicultura comercial muestran edemas pulmonares fulminantes.
Ante tal panorama, recurrir a la vacunación es una alternativa apremiante, aunque pueda ser un salto sin retorno en más de un sentido. Las vacunas contra el linaje H5N1 “solamente” reduce la mortalidad a un manejable 20%, pero no evita que llegue la enfermedad a la granja ni que se infecten pollos, pavos o ponedoras, que pueden resultar peligrosamente asintomáticos.
Aves vacunadas, infectadas y asintomáticas, facilitan la diseminación del virus a otras instalaciones. Incluso, el aparente éxito de la vacuna puede hacer que los avicultores se relajen con la bioseguridad. Por todo esto, país que vacuna termina haciendo que la influenza aviar se torne endémica y, por lo mismo, vea bloqueada cualquier posibilidad exportadora a mercados de primer nivel.
Estados Unidos, pese a sus centenares de brotes, no vacuna. ¿Creen que Brasil lo hará si llega a registrar algún caso? Imposible. Es una apuesta dura, seguir con erradicación o irse por la vacuna (pese a que, en teoría, ésta última no debe bajar los estándares sanitarios). ¿Y si solamente vacunamos aves de “larga duración” (pavos, reproductoras, ponedoras)? El “daño” termina siendo el mismo, de cara al comercio internacional.
En Colombia, por ejemplo, Cargill ha hecho fuertes inversiones en los últimos seis años para ser el primer productor nacional y el primer exportador de pollo del país. “Bioseguridad, bioseguridad y bioseguridad” es todavía un mantra que se deja oír, estirándolo hasta donde y cuando se pueda.