Desde hace casi una década tengo una rutina diaria: tratar de revisar, lo más posible, qué se publica en medios y redes sobre la avicultura comercial. Con ese repaso, charlas, entrevistas y otras actividades formativas y de actualización trato de seguirle el pulso a este vibrante sector y a lo que se percibe de él.
Grosso modo, luego de una brevísima tregua en los primeros meses de declaratoria de pandemia por el covid-19 (cuando hasta nos catalogaban como actividad esencial), la andanada contra el negocio avícola y en general contra toda la cadena agropecuaria eficiente (y por lo mismo ambientalmente responsable) no ha hecho otra cosa que intensificarse.
Ya he opinado sobre la supuesta culpa de la agroindustria cárnica en la llamada “crisis climática”, la doble moral de condenar la deforestación ajena por parte del mercado europeo y la cantinela de los veganos y animalistas (a propósito, a raíz de mi comentario de la semana pasada me enteré con sorpresa que no gusta ese último adjetivo).
También volvieron las invasiones de tierras e instalaciones dedicadas a la agroindustria eficiente. No es nada nuevo; lo he visto en Argentina, México, Colombia, en fin. Esta semana la alerta viene desde Ciudad del Este, pues la Asociación de Productores de Soja, Oleaginosas y Cereales del Paraguay (APS) denuncia lo de siempre: impunidad frente a la ocupación de hecho.
La omisión estatal ante esto es grave, aunque no tanto como los ataques directos que patrocinan ciertos gobiernos populistas que muestran a la actividad agropecuaria como algo de “oligarcas”, de explotadores y de evasores. Mucho de ese relato ha calado y hemos visto los más recientes saqueos en Ecuador, Colombia y Argentina, buscando aquella “redistribución” igualitaria y a la brava que pregonan tantos demagogos.
Hace poco le escuché una confesión bastante sensata a un ambientalista: “en el hemisferio norte tratan de minimizar el cambio climático para no afectar las petroleras; en el hemisferio sur lo magnifican los gobiernos para librarse de culpas, ¡todo es cambio climático mundial y nunca culpa de corrupción y malas decisiones locales!”.
Y si eso es así, ¿qué más da culpar, gravar y presionar a la agroindustria? El chivo expiatorio y la excusa perfecta para exprimir tributariamente. Antes de cerrar, quisiera mencionar un lamentable artículo publicado esta semana por el diario bonaerense La Nación y titulado ‘Adiós a los esmaltes y a las milanesas de pollo: aumentan en pandemia casos de pubertad precoz, antes de los 8 años’.
De allí, esta perla: “Adiós a las milanesas de pollo o a las patitas. También tuvo que dejar el shampoo que usaba y volver al neutro para bebés. ¿Por qué? Todo lo que pudiera contener hormonas ya está fuera del horizonte, según le recomendó el endocrinólogo”. Qué frustración, qué soledad.