Las multinacionales veganas y animalistas no dejan de combinar todas las formas de lucha y eso agrega una preocupación más al productor comercial de huevo en la región, que aparte de lidiar con el alto costo de los insumos, los zarpazos tributarios, paros, cuarentenas, bloqueos de vías y amenazas sanitarias, debe pensar también en cómo responder a los ataques de dichos grupos de interés, o mejor, adelantarse a ellos con argumentos sólidos y transparentes para tratar de mantener su aporte socioeconómico en generación de empleos, bienestar general y seguridad alimentaria.
Estos temas son tan sensibles y tengo buenos amigos en cada trinchera, que antes de seguir no sobra repetir lo que unos y otros ya deberían saber: estoy a favor de la coexistencia armónica de todos los sistemas de producción y de consumo, por lo que jamás apoyaré vetos que emanados de cualquier parte vayan en contra de la libre elección, la libre empresa y la libre competencia. Y agregaría, en lo que a mí me atañe como periodista y comentarista avícola, contra la libre expresión.
Dicho esto, vamos a los hechos que ya configuran intentos de crisis reputacionales para la producción industrial de huevo en América Latina y que tienen que ver con prácticas estandarizadas que permiten la viabilidad del negocio en todo el mundo. Cronológicamente, el primer hito es la presentación en el primer semestre de un proyecto de ley en el estado brasileño de San Pablo que busca eliminar el descarte de pollitos machos de un día en las razas de líneas livianas.
El segundo es otra iniciativa legislativa propuesta el mes pasado en el estado mexicano de Jalisco, con la que se pretende “erradicar prácticas crueles en animales de producción”, enarbolando como imagen y primer frente de batalla la llamada “pelecha” o desplume inducido, que amplía las semanas de puesta eficiente en las gallinas. Como es habitual, estos dos señalamientos van amarrados a actividades de “antipropaganda” (escraches virtuales mientras la pandemia no permita los presenciales) y la recolecta de firmas a través de plataformas digitales.
Ya lo anunciaron los animalistas: van a poner el foco en estos temas para que sean conocidos por la opinión pública, pues a su juicio “su desconocimiento es lo único que explica que la industria avícola se haya salido con la suya durante tanto tiempo”. Empezaron en los países más grandes de la región y que precisamente comparten el federalismo como sistema político (al parecer, se han dado cuenta de que en fuertes sistemas presidencialistas de república unitaria, sus parlamentos nacionales no les dan bola).
También atacan los estados federados de Brasil y México donde están los mayores centros de producción avícola y grandes centros de consumo, con compradores que pueden ver justicia en esas causas si no tienen una activa contraparte dialéctica. Y vendrán luego por el resto del continente, como se ha visto con las jaulas.
Las gremiales avícolas, siempre con ánimo propositivo e incluyente, deben explicar por qué dichas prácticas son necesarios estándares mundiales que no se llevan a cabo por saña morbosa. Hay que hablar sencilla y abiertamente del sustento técnico, más los avances que la investigación zootécnica ha hecho en tales frentes para tratar de paliar o suprimir procedimientos vistos desde fuera como controvertidos (por ejemplo, la pelecha sin hambre y los métodos de sexaje in ovo, que todavía no están maduros para su uso intensivo).
El negocio avícola también es un negocio del bienestar, pues sin este último no hay producción. Poner más talanqueras, alegando maltrato y crueldad innecesarias, terminaría enrareciendo una digna actividad pecuaria que de prosperar estas iniciativas puede tornarse inviable, a menos que se vuelva costosamente elitista o peligrosamente informal. Nadie debe querer eso, espero.