“Comer pollo y huevo no mata al planeta ni a la gente”. Así de contundente y directa esperaría uno que fuera la declaración que ALA (Asociación Latinoamericana de Avicultura) presentará en nombre del sistema avícola de América Latina en septiembre, cuando se lleve a cabo en Nueva York la Cumbre sobre Sistemas Alimentarios 2021, convocada por la Organización de Naciones Unidas.
Será esa una gran oportunidad para expresar con especial enjundia las verdades de la avicultura comercial ante tantas acusaciones cuestionables, no pocas de ellas orquestadas y difundidas desde la misma ONU a través de sus agencias y organismos. El más reciente se dio empezando esta semana, con un informe del Panel Intergubernamental en Cambio Climático (IPCC, Intergovernmental Panel on Climate Change).
El alarmismo de dicho documento, apoyado por 195 gobiernos (incluidos los nuestros), dio nueva munición a los declarados enemigos de la libertad alimentaria, aquellos que quieren imponer un tipo de consumo que proscriba toda la agroindustria cárnica. “Sólo quedan 5 años para dejar de comer carne y revertir el calentamiento global”, se les vio postear en sus redes.
América Latina emite el 7% de gases de efecto invernadero (GEI) y de esa proporción una cuarta parte sale de la actividad agropecuaria (1.7% del total del aporte mundial). Y podemos seguir con los números: globalmente, el aporte del agro a los GEI es de 14%, pero la cruzada contra el campo y la producción eficiente de alimentos -en especial de la proteína animal- se da como si se tratara de un asunto capital, como si acabar con el negocio cárnico fuera la bala de plata que matará al coco.
Entre tanto, qué bueno sería saber cuánto de ese 14% global del agro corresponde a emisión y no a recirculación de GEI, como el del carbono. Una cosa es agregar GEI nuevos y otra muy distinta es participar de sus ciclos naturales. Pero hay más inquietudes. En lo más álgido de la pandemia por el covid 19, en el primer semestre de 2020, se vivieron varias semanas de confinamiento y la paralización de muchas actividades consideradas no esenciales.
La producción de alimentos no se frenó, pero el mundo vivió un corto lapso “de limpieza” que fue destacado en su momento. ¿Se tomaron el trabajo de tomar esa foto ambiental, con datos de impacto en una situación real? Si la actividad agropecuaria es tan mala, ¿por qué se dio ese respiro del que ya no se habla ni profundiza?
Y así podríamos seguir. ¿Qué tal lo de las pandemias y los animales de granja? Otra gran mentira de la ONU y sus agencias. Ninguna de las cuatro pandemias que dan como ejemplo (SARS 2002, influenza aviar 2004, gripe porcina 2009 y covid-19) tuvieron su origen en granjas pecuarias tecnificadas, el objeto de la persecución de tantos grupos de interés.
En fin y así podríamos seguir. Creo que ya está bueno de tanta diplomacia, de ser reactivos en modo conciliador, con excesivos modales y lenguaje rebuscado, pues ellos vienen literalmente con el cuchillo ideológico en la boca; contra toda evidencia, su discurso domina la agenda.